2019
Instalación de columpios, tul con fibra siliconada y ositos con objetos encapsulados.


En ocasiones, es dolorosa la forma en la que las coordenadas de tiempo y espacio se unen, pues, cuando el primero nos arranca a nuestros seres amados con su paso, el segundo se destruye y reconfigura su significado en el proceso desgarrador de la ausencia.
Mi habitación y su habitación siempre fueron círculos mágicos, como emplazamiento natural de mi ser lúdico y como amalgama de elementos melifluos que me brindaban amor y seguridad. Sin embargo, desde que ella partió, ambos se han convertido en espacios hostiles para mí por la falta de sentido que acompaña a la falta de su presencia. Mi habitación, aunque habitada y caótica, está repleta de ella, mi abuela, que siempre quiso construir un mundo de fantasía para “la niña”, y su recuerdo me lleva a aferrarme de la ensoñación etérea y plástica que poco a poco pierdo en mí sin ella, pero de la que no puedo soltarme o me perdería a mí misma. Su habitación, vacía de movimiento, vacía de la vida, me lleva a querer encapsular sus objetos, a tratar de que no se escape de ellos su esencia, su olor, su recuerdo…
Sus objetos en realidad son catalizadores del tiempo, de los momentos que no se borran de la mente, como cuando de niña le regalé un oso de cristal. Son instantes de los que quisiera fabricar un molde reproductible para vivirlos una y otra vez con ella, pero que ahora convierto en encapsuladores de lo poco que me queda de su corporeidad, de sus hábitos, de los objetos que materializan su ser y que pretendo guardarlos para hacerla eterna, aunque estos no llenen el vacío de la presencia de su cuerpo vivo que solía jugar conmigo.
Mi espacio siempre será de su vacío y su cuerpo siempre será de mis recuerdos.
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