Performance de dibujo, instalación con manta dibujada, almohadas grabadas, videojuego.
2019
El cuerpo vivo es aquel que se encuentra en movimiento, no solamente en sí mismo, sino en una danza constante con otros, en aquello que configura como su espacio. Por estas razones, cuando las conexiones fallan en él, más allá de derrumbarse su propia organicidad, se destruyen los lazos de comunicación que están entretejidos entre sí, los otros y su entorno.
Ese momento de crisis de la inmovilidad corpórea fue el que atravesó mi madre cuando el flujo de sangre se interrumpió dentro de su cerebro, lo que ocasionó que su propio cuerpo viviera el aterrador momento de desconexión propio de la isquemia. Sin embargo, aunque la sangre logró retomar su trazado de comunicación a tiempo, se desencadenó en su cuerpo una serie de desconexiones que la han obligado a reaprender a habitar en su propia piel y que, en una suerte de efecto dominó, ha trascendido la categoría del adentró pues, cada consecuencia de la isquemia se refleja en el afuera como una imposibilidad de conexión y comunicación con los otros cuerpos que la rodean, lo que deriva en una transformación y reconfiguración de su espacio.
A partir de ese momento, cada acto cotidiano ha tenido que ser redibujado y resignificado, pues ha sido necesario volver a construir los tejidos de comunicación con los cuerpos vivos que habitan su mundo. Por estas razones, el juego ha sido determinante para reactivar los procesos comunicativos y redibujar el ser y habitar.
La búsqueda de esta acción es, entonces, evidenciar la acción misma, como punto inicial de lo vivo para reconectarse con los otros a partir del dibujo de lazos en un juego sin fin, pues el proceso es la acción constante de comunicación con otros. Así pues, desde la identidad de sus avatares de jugadoras, madre e hija vuelven a tejer cada día su mundo y a reactivar el movimiento constante que las hace estar vivas y que queda registrado en las huellas que dejan en la espacialidad cotidiana, como sucede con su cama.
